Como ya ha ocurrido en otras oportunidades en las que ha tenido lugar un evento de trascendencia política, es importante analizar el debate presidencial de anoche desde la perspectiva de la comunicación no verbal, conocida coloquialmente como «lenguaje corporal» o «el lenguaje de los gestos».

Por suerte para ellos, la expresividad de los candidatos norteamericanos en los debates presidenciales ofrece todo tipo de indicios acerca de sus verdaderas emociones, sus intenciones y sus opiniones más allá de lo que declaran verbalmente. En cambio, en nuestro caso, la coherencia entre lo dicho y lo actuado corporalmente no deja espacio para este tipo de análisis detectivescos, que conmueven a las audiencias con la revelación de indicios que permanecen ocultos ante los ojos no entrenados.

 

De pronto, mientras escribo estas líneas, una música comienza a sonar en mi cabeza: es la famosa melodía de una serie de televisión que veía cuando era chico, y que se llamaba «La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone)». Los episodios unitarios de esta serie tenían argumentos basados en situaciones comunes de la vida cotidiana, pero que eran tratados de manera delicadamente surrealista y terrorífica, que trastocaba sutilmente el desenvolvimiento naturalmente esperado de lo real, hasta convertirlo en una historia fantástica, pero que conservaba la verosimilitud de aquello que no es ciencia ficción, sino la más concreta realidad. A mí me encantaba esta serie.

Supongo que a esta altura de la columna, los lectores se estén preguntando de qué estaré hablando. Repasemos un poco, ¿no sería esperable que fuese al revés de lo que estoy describiendo, o al menos que en nuestro ámbito cultural pudieran observarse deslices gestuales igualmente abundantes? Una Argentina en la que los políticos acepten debatir públicamente, y que se muestren tan cordiales, tan respetuosos, tan moderados en sus increpaciones a los contrincantes, ¿no sería digna de un capítulo de «La Dimensión Desconocida»?

Me atrevo a destacar el aplomo de Margarita Stolbizer, que por momentos le faltó a Rodríguez Saá, y la capacidad de contención emocional de Nicolás Del Caño, quien no realizó ninguna gesticulación de desprecio o ira, a pesar de la distancia ideológica que lo separa del resto de los candidatos. Mauricio Macri y Sergio Massa merecen un capítulo aparte, ya que se trataba de los verdaderos contendientes del debate.

La gestualidad de Macri fue creciendo en intensidad emocional a lo largo del debate, pero más a través del ritmo de enunciación que de sus gestos. Facialmente estuvo contenido, más que de costumbre, ya que no transmitió enojo a través de miradas duras y llameantes, que a veces se le filtran, ni se puso a la defensiva, como muestra en otras situaciones cuando mantiene las cejas elevadas y los ojos bien abiertos.

Massa también produjo emisiones de este comportamiento facial menos abundantes que lo habitual en él, y mantuvo un ritmo de la enunciación y una prosodia con la que transmitió firmeza y autocontrol. Parece que tanto media training finalmente da sus frutos, ya que cada uno de ellos transmitió eficientemente lo que debía. Todo fue casi tan perfecto que sólo la ausencia de Daniel Scioli me recordó que no se trataba de un capítulo de ficción, sino de uno más de nuestra cruda realidad.

Aun así, bienvenido sea el debate. Vale la pena celebrar este hecho.

 

Fuente: La Nación